miércoles, 20 de febrero de 2013

Y el demonio se apoderó de él

El Caballero Oscuro
Manín de Lluces

El viento sopla, el cielo está gris,
nubes sombrías arrecian en los corazones.



- ¿Cuánto le debo? - preguntó el Caballero

- Un vellón, señor. Todo por un vellón - le contestó el mesonero.

- Me parece bien 

 El Caballero sacó su bolsa de dinero y buscó un vellón. Este al oír el sonido se le iluminaron los ojos. Un rayo cruzó la mirada, y una sonrisa apagada recorrió su garganta esbozando un leve ruido.

El metal resonó en la madera, y el mesonero con rapidez de alimaña recogió la plata que estaba encima de la mesa.

- Adiós - le dijo el Caballero.

- Hasta la vista - le contestó el mesonero.

Y así subido en su caballo, se alejó de la posada. A lo lejos el camino de casa, atrás la posada y los recuerdos. Silbaba mientras el galopar del caballo acompañaba el sonido reflejado en la montaña. En la lontananza veía ya acercarse los parajes ya conocidos de su casa.

Mientras feliz recorría estos caminos, comenzó a  percibir los cascos de unos caballos que a sus espaldas le seguían. Por su oído acostumbrado supo que de unos cuatro se trataban. Y al mirar atrás.

- Señor, señor, espere un momento - era el mesonero que lo llamaba desde un pequeño jamelgo.
Y El Caballero se dio la vuelta. No le gustó lo que vio, y afirmando su mano en la espada se sintió más seguro.

- ¿Qué quieres? - le preguntó El Caballero.

- Estos señores quieren hablar con usted.

- Yo no quiero hablar. Tengo prisa, y me están esperando.

Antes de que pudiese terminar la frase sintió una punzada en la espalda. Diestro en la espada y hábil en batallas, con un movimiento rápido tajó al que le había clavado. Los caballos rechinaron, y el metal cantó de nuevo. El Caballero se movía rápido, tantos infieles había matado, que unos a otros iba devolviendo los golpes.

Cuatro heridas le infligieron, y cuando caido al suelo por un golpe que le había dado el mesonero, este se le acercó sonriente con la daga en la mano para dar el toque de gracia.

- ¿Qué tal señor caballero? - le dijo el mesonero con una sonrisa maléfica. - ¿Puedo ahora ayudarlo? - con voz burlando le iba diciendo mientras se acercaba, casi bailando.

- ¿Vuestra merced, necesita ahora que le ayude a levantarse?, No se preocupe ahora extiendo mi mano para ayudarle.

El Caballero sin poder moverse veía como se acercaba burlonamente el mesonero. Una herida, le impedía levantarse del suelo. ya el aliento putrefacto del mesonero le llegaba a la nariz.

- Caballero, caballero, ¿tiene sueño? ahora mismo le ayudo a dormir - Le dijo el mesonero mientras acercaba su cara. - pero antes le guardaré la bolsa, para que no la pierda.

Un alarido recorrió la montaña. Y los ojos en blanco se le pusieron al mesonero, mientras caía de una mortal punzada que le había infligido. Cuatro hombres yacían a manos del Caballero.  Una niebla cubrió sus ojos.  El sonido se fue apagando, y la luz se convirtió en penumbra.




Y El Hombre morirá
sucumbiendo a todos sus deseos.
Cada mañana al despertar
su luz se irá apagando.
Y cuando ya no pueda contar las estaciones,
su edad desaparecerá.

sábado, 9 de febrero de 2013

¿Continuamos así?

flores
Manín de Lluces



Los olores penetran en nuestro pensamiento,
y un aroma nos despierta los recuerdos.


El habitáculo oscuro y húmedo se fue inundando poco a poco  del olor del estofado. El Caballero sentado y quieto por no tener que llevar nada a la boca, permanecía pensativo. Recuerdos, recuerdos, recuerdos...Todo se forma en nuestra mente.

-Madre.
-¿Qué hijo?
- Tengo una noticia que darte. Hoy en el pueblo he conocido a una persona muy extraña. Cantaba,  bailaba y contaba historias de lugares lejanos.

- Y ¿Quién era? -  Le dijo la madre mientras le acariciaba su cabeza.
- No lo sé, él estaba rodeado de mozas que le sonreían. Y  no paraba de cantarles y contarles historias. Algunas incluso, le regalaron flores.

- ¿A ti que te parecía? - le preguntó la madre mirándole a los ojos.

- Yo quisiera ser como él. Quisiera que todas me mirasen. Tener muchas  que me siguieran- el niño movía las manos en aspaviento demostrando gran ilusión en cada una de las palabras.

- ¿Crees que  es feliz?

- Eso parecía. Todas lo miraban y escuchaban con atención sus historias. También se reían a grandes carcajadas  cuando  contaba alguna cosa graciosa.

- Mira deja que te cuente una cosa - Y su madre lo cogió de la mano - Muchas veces los hombres viven para llamar la atención. Porque sus vidas están vacías.

- ¿Cómo vacías? ¿Qué quieres decir?

- Crees hijo, que  es un hombre  feliz, por estar rodeado de mujeres. Cuando esté enfermo en su casa. ¿Quién lo cuidará?

- Lo cuidará su madre. Como tú  me cuidas a mí - le dijo el niño apretando la mano y acercando su cabeza a su regazo .

- ¡Ay, hijo mío! Pero  igual no tiene madre.

Y como una flecha las palabras atravesaron el corazón del niño y recordó todas las pesadillas que había tenido. El sueño de la calavera que le perseguía mientras dormía. La sensación de vacío, y el túnel oscuro que se abría en su corazón. No quería pensar en ello. Porque le recordaba a su abuela,  el día que se murió. Nunca más la volvería a ver. Lloró durante muchos días hasta que su corazón, le dijo “Adiós”.

- ¡Madre, no me dejes nunca!-  la apretó para oír su corazón, y sentir el calor de sus abrazos. La sensación le había invadido de nuevo.

Se fundieron en un abrazo. Las lágrimas inundaron sus ojos. Y durante un instante el reloj del tiempo se paró.

- ¡Señor! aquí está -  dijo el mesonero, mientras acercaba un plato lleno de líquido con algunas patatas flotando y  minúsculos trozos  de carne.

El Caballero se secó los ojos y sonrió de forma forzada al mesonero.

- ¿Esto es todo? - dijo el Caballero recuperado e indignado. - ¿Qué clase de comida es esta? Con esto no tengo ni para empezar - pegando un puñetazo encima de la mesa.

El mesonero se sobresaltó y titubeando se acercó a la mesa, inclinándose un poco hacia adelante en posición sumisa.

- Perdóneme, Pensé que no tenía mucha hambre, ahora le traigo más.

- Maldita sea, no me tomen por imbécil. Vaya y venga rápido con el mejor estofado que tenga. O juro que se arrepentirá de esta.

- Señor no se precipite, disculpe no tardo ni un momento - cada vez más nervioso y sumiso, se dirigió rápido hacia la cocina. Y al poco salió con un trozo de queso, chorizo y más pan. Esta vez todo tenía mejor aspecto.

- Discúlpeme señor espero que esto le guste.

El Caballero lo miró con cara de agravio y le dijo - Está bien, déjelo ahí, y tráigame otra jarra de vino ¡ya! - Golpeando furioso la mesa.

El mesonero apenas entraba por la puerta de la cocina ya estaba de nuevo afuera llevando todo tipo de manjares, no hacía falta que el Caballero le dijese nada.  Había comprendido que no debía enojarlo porque no parecía tener muy buenas pulgas y más ahora. El cambio había sido radical.

Ya comiendo y mirando de reojo al posadero, le hacía algún que otro gesto para atemorizarlo.

A veces me apetece seguir escribiendo, pero quizás se haga un poco larga la lectura, y así para no aburrir al lector, dejo aquí de momento. Ya saben que me gustan sus comentarios, eso me retroalimenta para seguir escribiendo. Y quiero agradecer la atención prestada y el esfuerzo de que me comenten sus opiniones. Esto hace viva la escritura y la lectura.

sábado, 2 de febrero de 2013

Así fue

El Caballero Oscuro
Manín de Lluces



El sentimiento de necedad es humano...
como todos los demás sentimientos.


- Madre, madre
- ¿Qué hijo?
- ¿Cree que de mayor llegaré a ser Caballero?
- ¿ Y para qué quieres  ser Caballero?

- Para salvar a damas en apuros. Luchar contra los enemigos del rey. Ir a la guerra.

- Hijo mio. Ay hijo mío. Sigue soñando- le dijo su madre mientras lo abrazaba.
- Yo, te llevaré a mi Castillo. Y comeremos todos los días carne. Y llevarás un vestido muy bonito.
- Hijo mío - y lo besó en la frente.

Pasaron muchos años. Y el niño se convirtió en adulto. Se fue a la guerra, pero no siendo caballero. Allí luchó, mató, pasó hambre...y sirvió a un rey. El rey, como todos los reyes vivía bien.  A veces tenían miedo, por si los mataban. Todos querían ser rey.

El regresó de la guerra. Volvió en su caballo, iba cansado. Había visto demasiadas cosas, que  le dañaron el corazón. Los brazos caídos y la cabeza baja. El sol brillaba, y los sonidos del bosque llenaban  el camino.

Un campesino que labraba la tierra, se paró y se quedó mirando. Vio cómo pasaba. El paso lento del caballo, y el reclinar del caballero.

- ¿Queda mucho para llegar a Belmonte?- le preguntó el caballero.

- Todavía le queda un buen tramo señor. Hay un buen tramo. ¿Viene de lejos? - le preguntó el campesino, con curiosidad.

- Vengo de lejos. De muy lejos. Y ha pasado demasiado tiempo. Apenas reconozco nada. Todo está tan cambiado.

- ¿Es usted de aquí?

- Si. Soy de por aquí cerca, o eso pensaba - Y siguió su camino sin despedirse. Cabalgó despacio durante horas hasta llegar a la posada.

- Buenas. Quiero comer - dijo el Caballero, a un hombre rechoncho, de pelo sucio y con la ropa remendada. Era tanta la cantidad de retales, que no se sabía dónde comenzaba uno y terminaba el otro. Las manos gordas y los dedos en consonancia con ellas. En las uñas se distinguía una buena cantidad porquería. El delantal blanco roto... pero por la suciedad que hacía tiempo había invadido si así había sido algún día.

- Tenemos estofado de carne - le dijo el posadero.

- Traigamelo, todo será bienvenido - contestó el Caballero, dirigiéndose hacia una mesa del rincón.

El conjunto hacía juego. La posada, el posadero, las mesas. Nada destacaba por limpieza. Aunque todas las posadas eran iguales. El suelo de piedra y tierra, las mesas carcomidas por los coleópteros que perforan la madera. Y las velas que alumbraban aquel lugar oscuro y húmedo. La humedad que penetra por los tabiques nasales llenando de sensaciones nuestro cerebro.

Al rato, regresó el rechoncho hombre, con un trozo de pan mugriento como él, un plato de barro y una cuchara de madera, que dejó sobre la mesa. Volvió por donde había salido y reapareció con una jarra de vino rota.

- Aquí le dejo esto  mientras se calienta la comida - le dijo el posadero.

- ¡Que hambre tengo! - Lanzándose voraz, hacia el pedazo de pan mugriento. Las migas empezaron a saltar mientras estiraba  como chicle cada trozo que introducía en la boca, para desgarrar lo otro que quedaba pegado y compactado al chusco. Tanto era el hambre y tan voraz lo comio, que en un decir “Jesús”, ya había dado cuenta de ello.


Para no aburrir al lector quiero dejar en este punto, esta parte. Agradecería comentarios. Se que quedan demasiados puntos suspensivos en la historia. La próxima vez que escriba iré cerrando este capítulo. Quizás resulten un poco liosos, pero en sucesivas entregas iré dando luz a cada una de las incógnitas.