Manín de Lluces |
El viento sopla, el cielo está gris,
nubes sombrías arrecian en los corazones.
- ¿Cuánto le debo? - preguntó el Caballero
- Un vellón, señor. Todo por un vellón - le contestó el mesonero.
- Me parece bien
El Caballero sacó su bolsa de dinero y buscó un vellón. Este al oír el sonido se le iluminaron los ojos. Un rayo cruzó la mirada, y una sonrisa apagada recorrió su garganta esbozando un leve ruido.
El metal resonó en la madera, y el mesonero con rapidez de alimaña recogió la plata que estaba encima de la mesa.
- Adiós - le dijo el Caballero.
- Hasta la vista - le contestó el mesonero.
Y así subido en su caballo, se alejó de la posada. A lo lejos el camino de casa, atrás la posada y los recuerdos. Silbaba mientras el galopar del caballo acompañaba el sonido reflejado en la montaña. En la lontananza veía ya acercarse los parajes ya conocidos de su casa.
Mientras feliz recorría estos caminos, comenzó a percibir los cascos de unos caballos que a sus espaldas le seguían. Por su oído acostumbrado supo que de unos cuatro se trataban. Y al mirar atrás.
- Señor, señor, espere un momento - era el mesonero que lo llamaba desde un pequeño jamelgo.
Y El Caballero se dio la vuelta. No le gustó lo que vio, y afirmando su mano en la espada se sintió más seguro.
- ¿Qué quieres? - le preguntó El Caballero.
- Estos señores quieren hablar con usted.
- Yo no quiero hablar. Tengo prisa, y me están esperando.
Antes de que pudiese terminar la frase sintió una punzada en la espalda. Diestro en la espada y hábil en batallas, con un movimiento rápido tajó al que le había clavado. Los caballos rechinaron, y el metal cantó de nuevo. El Caballero se movía rápido, tantos infieles había matado, que unos a otros iba devolviendo los golpes.
Cuatro heridas le infligieron, y cuando caido al suelo por un golpe que le había dado el mesonero, este se le acercó sonriente con la daga en la mano para dar el toque de gracia.
- ¿Qué tal señor caballero? - le dijo el mesonero con una sonrisa maléfica. - ¿Puedo ahora ayudarlo? - con voz burlando le iba diciendo mientras se acercaba, casi bailando.
- ¿Vuestra merced, necesita ahora que le ayude a levantarse?, No se preocupe ahora extiendo mi mano para ayudarle.
El Caballero sin poder moverse veía como se acercaba burlonamente el mesonero. Una herida, le impedía levantarse del suelo. ya el aliento putrefacto del mesonero le llegaba a la nariz.
- Caballero, caballero, ¿tiene sueño? ahora mismo le ayudo a dormir - Le dijo el mesonero mientras acercaba su cara. - pero antes le guardaré la bolsa, para que no la pierda.
Un alarido recorrió la montaña. Y los ojos en blanco se le pusieron al mesonero, mientras caía de una mortal punzada que le había infligido. Cuatro hombres yacían a manos del Caballero. Una niebla cubrió sus ojos. El sonido se fue apagando, y la luz se convirtió en penumbra.
Y El Hombre morirá
sucumbiendo a todos sus deseos.
Cada mañana al despertar
su luz se irá apagando.
Y cuando ya no pueda contar las estaciones,
su edad desaparecerá.